jueves, 8 de mayo de 2008

La chica de la flor roja...

Es tarde, de nuevo. Es tarde y hoy hay mucho que hacer. Demasiado. Otra larga jornada de más de doce horas de trabajo. Miro la hora y ciertamente, es tarde, demasiado tarde. Camino despacio desde el laboratorio hacia ese lugar maravilloso donde al cruzar la puerta alguien prepara para ti el tesoro de siempre. Con leche en vaso, largo de café, doble de azúcar y uno de esos cuernos de chocolate buenos. La cola está vacía y sin embargo parece eterna. Hay demasiado de que hacer y es demasiado tarde. Y de repente, el tiempo se para. Se detiene en el rojo. El de la flor de tu pelo ondulado. La misma que la primera vez que te vi. La misma que pone nombre a la ausencia de tu verdad. La chica de la flor roja... Y es que cada paso que das hacia la barra, hacia tu tesoro de la mañana, pienso en que lo das hacia mi. No entiendo como puede caber tanta pasión escondida en un cuerpo tan pequeño y tan hermoso...

La piel blanca de tus brazos me roza al pasar y me desmonta la sonrisa más inmensa del universo en la cara más lejana de mi universo. Y ni siquiera esa sonrisa enorme es capaz de eclipsar un instante, eso que todos insisten en llamar ojos. Y es que llevas escondido en tu mirada azul todo el mar Caribe. Pides tu café cortado, y esperas, igual que yo, a mi lado, ignorándome, nuestro tesoro. Algún día, me repito, algún día te diré algo. También me repito que no lo haré, soy un cobarde. Además, no debo engañarme, sigo pensando, tienes pinta de ser muy feliz sin mi en tu vida. Mejor dejarlo estar. En esto suena tu número y te alejas con tu cortado en la mano. El aire se vuelve denso. Demasiado denso para respirar con facilidad, y me ahogo, hasta que tus caderas rompen a un lado y a otro los muros que me oprimen. Los veo caer como cristales a mi alrededor, y es que mueves al caminar millones de historias antiguas, y algo se quiebra dentro de mi a cada golpe...

Ya estás tan lejos que no me oyes susurrarte, que te quedes a mi lado, y caigo en la cuenta de que tus pantalones caídos muestran unas braguitas a rayas, preciosas y me avergüenzo de imaginarnos quitándotelas. Doblas la esquina y mi café aparece frente a mi. Es tarde y hay demasiado que hacer, otra larga jornada de más de doce horas y ni siquiera se tu nombre...

Nota del Autor: Todo en esta historia es ficticio excepto sus ojos, sus caderas, sus bragas, su sonrisa, su piel blanca, su pequeñísimo cuerpo, mi café, todo lo que me gusta, que no se su nombre, la flor roja en su pelo ondulado... vamos, que no estoy seguro de que tome cortado...

4 comentarios:

Anónimo dijo...

jue.... q miedito das, en algun momento me ha sonado a historia de hombre perturbado, deja a la chavala tomarse el kafe trankila y no le mires las bragas ni imagines todo lo demas!
que me pongo celosa! jajajajajajaja

Anónimo dijo...

enorme, que diría alguien que conozco,... un placer que recupere la consciencia y nos regale estas maravillas, me encanta! creo que a mi también me gusta esa chica!!!La has pintado demasiado apetecible!

Ni se te ocurra dejar de escribir!!!

Buen día

Aprendiz dijo...

Ya sé como se llama, ya lo sé. Pero no me gusta su nombre, pero ella... ella si. Pero el caso es que ya se como se llama...

Anónimo dijo...

Eufrasia? Porciana? Remigia? Ovidia? Toñi? Adelaida? Davinia?

Tan feo es????